Efemérides

1 de febrero: Nace Norman Rockwell (1926)

viernes, 4 de agosto de 2023

Matar al padre (I)

Llevo aquí un rato pensando en cómo presentar este artículo que les traigo y no acabo de encontrar la fórmula idónea, así que les voy a resumir en una línea lo que es así someramente el grueso de la información, para que ya ustedes se vayan haciendo una composición de lugar:

Mi padre se ha muerto y yo me he enterado por Facebook gracias a un Marine Americano.

Y ustedes ahora tendrán dudas, curiosidades, incógnitas... preguntas, en suma. Así que paso a proporcionar contexto. Permítanme que comience explicándoles que mi familia posee ciertas singularidades numéricas, pues tengo:

  • 1/2 hermana
  • 1 madre
  • 2 padres
  • 3 abuelas
Centrémonos hoy en el tema Padres. Yo tengo dos padres: el de verdad, y el de los genes. El padre al que hace referencia este artículo es el de los genes. Que es el que se ha muerto. Y que es un señor con gafas al que yo hacía 18 años que no veía, en directo o en diferido, así como a ningún miembro de esa rama genéticofamiliar. 

Bien: pues hallábame yo tan campante una mañanita en mi helvético puesto laboral cuando me metí en Facebook, que es ese sitio al que vas cuando no eres de ir a la cafetería o al fumódromo pero qué collons tú tienes tanto derecho como el que más a tus tres minutos de desidia, digo yo. Y hallándome en tan pintoresco destino, observé con una mezcla de incredulidad y sorpresa que un Marine Americano había dado a like a todas y cada una de mis escasas publicaciones públicas, así como realizado comentarios en las mismas (que ya es más de lo que hacen ustedes por aquí, so vagos), concluyendo en la última pública publicación con una oda a mis maneras, ingenio y, por supuesto, desorbitante belleza, coronando la mentada oda con un ruego a mi aceptación de su oferta de amistad y la prosecución de un mutuo conocerse. 

Pese a que todo lo narrado en el párrafo anterior no sorprenderá a nadie dado lo acertado de las características que se me achacan, su perfecto español, en combinación con su caucásico aspecto de madurito interesante y su grado de oficial de la Navy, acabaron de convencerme de su naturaleza de bot ruso.    

Y en calidad de tal, concluí que era mi deber cívico informar a Mark Z. de su existencia, reportando al binario sujeto, no sin antes acudir a ese misterioso rincón del feisbu donde aterrizan los mensajes privados que te envían las gentes que no están ligadas a tu cuenta, o sea, que no son tus amiguitos (aún), para ver si el utópico Adonis me había hecho llegar alguna suerte de cacacódigo pernicioso hackeante del que tuviera que ocuparme.

Y allí estaba, junto a la probable declaración de amor eterno del Marine Americano que nunca abrí, un más que improbable mensaje de un más que imprevisto remitente, un nombre de un miembro del Clan Familiar Paterno, en concreto el de mi prima Sandra, conteniendo un escueto texto, a saber: "Tremolina, lamento comunicarte que tu padre ha fallecido. Llama a mi madre a este número de teléfono y ella te explica todo". 
La casualidad quiso que el mensaje hubiera sido enviado solo unos días antes, y que el Marine provocara mi visita a ese limbo de misivas perdidas por el que hacía unos cinco años que no me pasaba.



Fin de la primera parte. Porque estoy viendo que esto se va a extender y ando muy desentrenada como para marcarme un culebrón en estos tiempos.            

martes, 1 de febrero de 2022

Actualidad política 3.0

Madre mía la de cosas que han pasado desde que no me paso. Virgensanta. Está el mundo fino, fino. Y yo como estoy aquí aneutralizada, pues no comento. Y ustedes ahí como vaca sin cencerro, como pollo sin cabeza, como Ramón sin Cajal, preguntándose cuál es el sentido de todo esto y buscando referentes de calidad. Viniendo a La Tremolina tratando de huir de las feik nius, de la falta de rigor periodístico, del discurso del odio. Pues aquí estoy, os cuento:   

La cosa se resume en que desde que Putin se divorció y se fue a cazar osos a pecho descubierto, pues está on high total. Decidido a recuperar el imperio soviético que Stalin lograra y que una panda de melifluos, que ocuparon el poder entre éste y aquél, se encargaron de desmembrar. Y oye, pues puestos a recuperar, empiezas por el sur, que hace más calorcito, tiene más heladerías y, como decía Rafaella, es al sur a donde hay que ir para hacer bien ciertas cosas (reitero el punto anterior del divorcio). 

Y entonces los ucranianos (pometedme que nunca, nunca, nunca usaréis el término "ucranios") están en plan "joder tío qué pasa si ya te llevaste Crimea por la cara y sigues aquí metiendo el cazo". Pero como estos pobres desde que les explotó Chernobil no han levantado cabeza, pues están ahí haciéndole ojitos a todo el oeste, una ayuda para tu mari familia. 

De tal forma que el Lejano Oeste, que tiene nuevo sheriff desde que el agente naranja fuera invitado a abandonar la sala, y que también está ahí con la morriña del "ay, qué fácil era la vida cuando el enemigo decía babushka matrioshka ninotchka y se le podía contactar por teléfono colorao, en lugar de tener que ir corriendo por los montes detrás de tíos en camisón que ponen cabras bomba", decía, pues el Far West en forma de nuevo sheriff se ha dicho que a enemigo regalado no le mires el diente y que mejor guerra en Europa que disturbios más cerca, y le ha respondido al presidente de Ucrania (no pongo el nombre porque no sabéis quién es): "Con tu quiero y con mi puedo, vamos juntos, compañero"

Y luego ya está el cercano oeste, o sea, la UE. Y aquí esto es que nos ha pillado muy mal. Tenemos el chiringuito hecho un cristo (no es tonto el de los osos, después de todo). Y es que desde que La Cancillera decidió que passsso total de vosotros, me aburrís, y se retiró a hacer punto de cruz, pues está el patio del cole desmadrao. Visualicemos: esto son un francés, un alemán, un español y un italiano que entran a un bar. Pues eso. El francés que quiere ser el nuevo delegado de clase pero los otros no lo eligen por chulito (y la que tiene montada en casa). El alemán que quiere recoger el testigo de su antecesora pero tiene muy poco salero el pobre (y con lo que tiene que lidiar en casa). El español, que con filtrar cartas en las que escriben su nombre a mano y coger las pelas para bregar con lo que tiene en casa, tiene suficiente. Y el italiano, que no os pongo el nombre porque no hay quien siga ese folletín de lo que pasa en su casa.

Y luego para más inri pues están los del cole de enfrente. Que les hicieron un patio conjunto para jugar pero lo que es la primaria, la hicieron con el de los osos. Y ahí es donde aprendes a leer, a contar, y lo que vale la vida humana.        

Y luego ya por último está un señor de la China que ha visto el cielo abierto con todo esto y gracias al cual vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos no aprenderán a decir "hello my name is" en el cole, sino "ni hao wo de mingzi shi". 


Y ahora que ya os ha quedado todo claro y estais equipados para la casual conversation en el bar de abajo, permitidme que exprese mi admiración por Ángela La Cancillera y os invite a hacer lo mismo. Ángela escogió tras canciones con las que despedirse en su prefuneral de Estado: un vals setentero, un canto cristiano para honrar a su padre y a su partido, y Du hast den Farbfilm vegessen de Nina Hagen, algo así como haber escogido a Un Pingüino en mi Ascensor en el equivalente patrio (por ejemplo, con El Salchichón, si queremos respetar la temática). No tiene precio ver a la banda militar del ejército alemán interpretar este himno oriental cómicopunkie. Aquí os lo dejo, subtitulado por un ser humano con canal de yutub, con mayor o menor éxito. No me digáis que no tenéis ganas de declararle amor eterno a Angie. 


   





lunes, 3 de mayo de 2021

De la perfecta felicidad

Hace tanto que no aterrizo por aquí que ya no sé cómo enfretarme al cursor en blanco. Hay cosas que quiero decirle, pero he perdido el hábito de articularlas. Mil veces he paseado por los frondosos bosques del "habría que volver a La Tremolina", pero desde que mi vida de adulta de la mediana edad trasladó mis anhelos del ordenador a la máquina de coser, mi ansiedad se libera de otra forma. En fin: que aquí estoy, y estoy aquí porque esta mañana he visto a Enrique Bunbury. 


No: no le he visto paseando por mi helvética ciudad de adopción como a un Fernando Alonso cualquiera. Lo he visto en la portada del periódico porque al parecer Netflix ha sacado un documental sobre Héroes del Silencio. Y eso me ha llevado al trailer, y eso me ha llevado a Iberia Sumergida, y eso me ha llevado a entrevistas en la televisión alemana, y eso me ha llevado a Bunbury con su melena pelirroja y su famélico torso desnudo retorciéndose por el escenario. Pero sobre todo me ha llevado a su nariz. 

Déjenme que les explique: a mí Enrique Bunbury me pone muy triste. No ya porque el pobre hombre tenga ese aire lánguido de habérsele muerto el gato por la mañana, sino por su parecido físico, gestual, expresivo, con La Espinita Que Llevo Clavada En El Corazón. 

La Espinita se llamaba Pablo, y todos le llamaban Pirulo. Yo me había percatado de su existencia desde el primer curso del instituto. Él era unos cursos mayor. Jamás había hablado con él. Los meses y las clases y los cursos y los consecuentes rolletes se sucedían y yo estaba tan a gusto porque siempre nos quedaría Pablo. Teníamos algún conocido en común y nos cruzábamos de vez en cuando en la pequeña ciudad en la que vivíamos. Apenas dos palabras. Y así Pablo se iba convirtiendo en ese ser mitológico perfecto, con su pelo largo y su Plataforma del Cero Siete y su tocar el bajo y su aire de misterio y todas las interpretaciones que yo a todo ello le superponía. Y yo seguía con mis clases y mis rolletes y ahora ya incluso mi universidad, y alimentando esa Atlántida a la que referirse para salir del paso rápidamente en caso de decepción afectiva, con toda esa legión de chicos que en fin, pobres, a fin de cuentas es que no estaban a la altura de Pablo. 

Y entonces un 5 de enero de 1999 de repente y por la espalda Pirulo me propuso que saliéramos juntos. 


Me ha llevado cierto rato empezar a escribir este siguiente párrafo. Porque no sé describir el contenido ni el continente de ese tiempo. Fue una época oscura, extrema, intensa, confusa, para mí. Bastante después comprendí que no hubiera podido ser de otra forma. Que no hay felicidad más perfecta que la que no se consigue nunca. Que Pablo no existía: que existía Pirulo. Pirulo, que además, el pobre, estaba tratando de agarrarse a un clavo ardiendo dentro de su ensalada anímica personal. Pero yo todo eso, entonces, no lo sabía. Yo lo que sabía era que no podía creerme mi suerte. Y por tanto, todo eso que chirríaba, todas esas montañas rusas, todos esos repentinos caramelos seguidos de besos de esparto seguidos de apegos feroces, todo eso había de ser. Y yo cada día más despistada por los senderos de la Atlántida, incapaz de librarme de tantos años de utopía y agenciarme una balsa con la que apartarme del inminente hundimiento. 

Un día de abril, abrazados en un parque, me puse a llorar. En silencio, de la nada. No recuerdo la conversación de después. Probablemente le hablé de esa sensación de impotencia, de ese enorme amor con el que no sabía qué hacer. Creo que él fue consciente de los dos mundos tan diferentes que los dos habitábamos, más que yo. Dijo que él no quería causarme dolor. Creo que fueron las últimas palabras. Yo ya sabía, antes de empezar la conversación, que mi llanto iba a concluir la aventura. Salimos del parque. No volvimos a hablar. No volvimos a vernos. 

En verano, me fui a Madrid, a trabajar en una tienda y a vivir en un piso sin agua caliente. Empecé a sentirme mejor. Decidí dejar de estudiar. Después volví a mi antigua ciudad. En Septiembre, un absoluto improbable me vino a olisquear. Un tipo imponente, al que no conocía más que de ir a su bar con mis amigas a tomar sus famosos chupitos. Un guapo del pueblo hecho a sí mismo del que no sabía absolutamente nada. Una relación de la que nadie podía esperar gran cosa y que, contra pronóstico, acabó siendo el primer novio-en-serio que tuve. 
Un día, a finales de 1999, yo estaba en su bar y apareció Pirulo con sus amigos. Al cabo de un rato, para mi sorpresa, se separó de ellos y se me acercó. Qué tal. Me han dicho que estás con Pepe. No recuerdo el resto del diálogo. Recuerdo cierta sensación de triunfo por mi parte. Y de paz interior. Paz interior de saber que después de todo fuimos dos en esos meses de invierno, y no yo sola. Triunfo de sentir que por fin había retomado mi existencia, y esa noche me iba con Pepe en cuanto dieran las once. 

Confieso sin embargo, ya que la Atlántida sigue hundida pero estar está, que muchos años después, caminando por Moncloa delante del Ejército del Aire, vi pasar una melena y la nariz de Bunbury, y el corazón me dio el vuelco ese de las novelas -quizá por habérseme rozado la espina al girarme-.


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"El tiempo y la naturaleza, que son sabios, nos permiten reemplazar la capas de alegría y de ilusión que nos van arrancando por capas de comprensión y serenidad, sostenidas en la intuición de que, junto a lo que va deshaciéndose por el camino, hay algo que construimos y que no puede perderse, algo que terminamos siendo y desde donde nos cabe resistir" (Lorenzo Silva, Los cuerpor extraños)

viernes, 26 de abril de 2019

Pedro me ha escrito una carta

Me ha escrito una carta Pedro. He abierto el buzón y ahí estaba su misiva: os la dejo abajo, para que veáis que no me lo invento. Me ha pillado totalmente por sorpresa: no me lo esperaba. Y me ha emocionado mucho. Así que siento la urgente necesidad de responderle.

CARTA DE RESPUESTA A PEDRO SÁNCHEZ

Querido Pedro, compatriota:

Muchas gracias por tu carta. Es la primera vez, en los casi ocho años que llevo fuera, que un representante de mi país, estado o nación me dirige la palabra: comprenderás mi excitación y nerviosismo.

Gracias igualmente por presentarme la España que quiero y por pedirme que me movilice para conseguirla. Una lástima que esa España moderna, inclusiva, integradora, solidaria, feminista, líder y competitiva, esa España de morirse en todos los sentidos, no sea también una España más previsora y puntual: tu epístola llegó ayer y, como sabrás, el plazo para que los aliens los del exterior votáramos terminó el martes. Se me ocurre también, ahora que sé que nos tienes en tus pensamientos, que si por fin derogarais la aberración esa del "voto rogado" habría más electores movilizándose por mi querida España esa España mía esa España nuestra.   

En mi favor debo decir que yo soy una de las elegidas. Sí: he conseguido, contra pronóstico, no ya solo procesar el ruego del voto, sino que las papeletas llegaran antes de las elecciones, e incluso he conseguido enviarlas en plazo pese a que tres días y medio de los cuatro que nos dabais Correos estaba cerrado por Semana Santa. Confío te sientas orgulloso de mí y de mis habilidades democráticas.

Te voy a confesar una cosa, ahora que hemos intimado. Te voy a contar un secreto. ¿Sabes qué? Yo te he votado. No por ciega admiración, ni por convicción ideológica (¿ideoloqué?), ni siquiera por un reducto del efecto Suárez 77 ("vamos a votar a este chico, que es muy guapo"). Te he votado porque eras lo que menos grima daba. Porque la evolución de nuestra reciente democracia ha sido, cómo te diría yo... como cuando sales a las diez de la noche dispuesta a ligarte a Brad Pitt y acabas a las tres de la mañana tratando de esquivar a Alfredo Landa. Para esto hemos quedado. Así que entre el bodoque de Aravaca, el marrullero de Granollers y el soberbio de Galapagar, menos repelús me da el flower-power cool. Al bombero torero ni lo mento, no entro al fuego de artificio que los medios, con escaso sentido de la responsabilidad, han abanderado.

Y en fin, que dios reparta suerte y que nos pille a todos confesados el domingo.

Atentamente, tu compatriota,
La Tremolina.

PD.¿Me podrías indicar la diferencia de matiz entre integradora e inclusiva? Estoy con el come-come desde ayer.


viernes, 22 de marzo de 2019

Qué es la democracia directa y por qué en realidad no la quieres


Periódicamente leemos pancartas y escuchamos eslóganes que dicen “democracia directa ya!”, u oímos a la gente, quizá incluso a nosotros mismos, decir que deberíamos tener una democracia directa “como en Suiza, donde todo se somete a referéndum y los ciudadanos votan y deciden ellos mismos absolutamente todo”. Esta afirmación, como casi todas las afirmaciones rotundas y absolutas, se cimienta en una profunda ignorancia y un superficial análisis (caso de haberlo) del asunto. Porque la afirmación no es errónea en cuanto a la realidad suiza. La afirmación es errónea en torno al “deberíamos”.

Déjenme que les explique por qué digo estas barbaridades con un ejemplo de democracia directa à la suisse llevado a cabo en un entorno similar al nuestro: el referéndum del Brexit. 
El referéndum del Brexit consiste en un político con inmenso poder viniéndose arriba para afianzar ese poder, lanzando al aire una cuartilla con una simple pregunta a un conjunto de ciudadanos acostumbrados a votar cada cuatro años para elegir, únicamente, a esa(s) persona(s) de inmenso poder. Así que esos ciudadanos acuden parcialmente a votar según lo que les hayan movido las entrañas unos tíos que gritan por la tele u otros, que son a su vez los que quieren acaparar más poder sin que les importe un carajo las consecuencias de lo que está en juego. Como resultado, sale por la mínima que tós p’afuera, y de repente esos ciudadanos se dan de bruces con lo que de verdad significaba esa cuartilla, eso que nadie les había explicado antes, ni ellos se habían molestado en indagar.

Veamos por el contrario en qué consiste e-xac-ta-men-te eso de la democracia directa suiza. De media, existen cuatro ocasiones al año en que los ciudadanos suizos están llamados a votar distintas iniciativas en referéndum. Más de un mes antes, les llegan a casa las papeletas y (atención) un libreto con cada iniciativa explicada, en versión resumen y en versión detalle, así como los argumentos a favor (redactados por los defensores) y en contra (redactados por los que la rechazan), además de (agárrense a la silla) “la recomendación del gobierno”, con su consiguiente explicación, que es (agárrense más fuerte) la que la gente suele seguir en caso de no tener una opinión pronunciada. Amén del libreto, la gente suele debatir con amigos y allegados opiniones y puntos de vista (y debaten, los jodíos, no le convencen al otro a gritos). Estas gentes de enorme experiencia y conciencia democrática introducen para colmo un elemento solidario del que en el resto de Europa no hemos oído hablar jamás, razón por la cual rechazaron iniciativas como ampliar las vacaciones de 4 a 6 semanas (“qué pasa con el pequeño negocio que no se pueda permitir pagar a sus trabajadores esas semanas extra”).

Así que yo sospecho que mientras nosotros, ciudadanos que nos desgañitamos a favor de la democraciadirectaya, no estemos por desarrollar esa conciencia política y democrática, esa responsabilidad que supone un voto, y ese civismo para admitir los resultados de los mismos, casi mejor que no nos lo pongan en las manos (y de la actuación de los profesionales de la política en caso de referendum, mejor ni hablamos). Y a los hechos me remito.

viernes, 23 de febrero de 2018

El Liberalismo o Por Qué Me Gusta Pagar Impuestos


Voy a cumplir 38 años, si no los he cumplido ya a la publicación de este texto. Voy a cumplir 38 años y en este rato mediante entre las bravuras de juventud y las nóminas a fin de mes, he visto a mis allegados y a mis alejados cambiar de miras en diferentes aspectos, entre ellos, lo que viene a ser el concepto de la propiedad, que es sobre lo que vengo a dirimir aquí.

Hay quienes cambian a lo Jiménez Losantos, y pasan de correr delante de los grises a liderar el fan club de Fraga. Hay quienes cambian más comedidamente, y pasan de las huelgas universitarias de pincho y cafetería a ganar un sueldito que defender con uñas y dientes. Luego hay también quienes no cambian nunca, y esto desde un punto de vista psicológico me resulta más preocupante, por contranatura.

Tengo una amiga que la única vez en su vida que faltó a clase fue para ir a ver pasar por la calle al entonces Príncipe (y siempre me odiará por recordárselo). Luego abrazó más bien el ideal republicano liberalista y, de hecho, acabó militando un tiempo en Ciudadanos. Tengo otros amigos que, sin llegar a tanta efusividad ni al principio ni al final, sí consideran que pagan demasiados impuestos (con la gente con jeta que hay apuntada al paro porque no quieren trabajar, y los que llegan de a saber dónde y tienen derecho al médico que yo pago) y que mejor nos iría si cada cual se preocupara de su ascua y de su sardina (después de todo, pagan un seguro privado aparte y tienen un plan de pensiones igualmente). Muchos de ellos opinan que el que no piensa igual es un idealista desfasao a lo Julio Anguita, alguien que vive en una realidad ajena, o que es simplemente imbécil. También tengo amigos militando en este campo de los idealistas desfasaos surrealistas. Y conocidos militando en el de los imbéciles.

El caso es que cuanto más transito por la vida y más vetustos nos hacemos, más parece imponerse el viejo dicho de que “si a los veinte no eres de izquierdas no tienes corazón, y si a los cuarenta no eres de derechas, no tienes cerebro”. A mí personalmente este análisis me resulta insuficiente, muy cortico de miras. Así que voy a explicar Por Qué A Mí Me Gusta Pagar Impuestos, descerebrada de mí:
  • Me gusta pagar impuestos porque disfruto saliendo a la calle sin pensar que me van a robar el bolso.
  • Me gusta pagar impuestos porque disfruto aún más con la idea de que no me vayan a volar la cabeza para robarme el bolso.
  • Me gusta pagar impuestos porque me agrada acceder a un pueblo perdido con transporte público, y me gusta que haya quien quiera y pueda vivir en ese pueblo perdido: en Madrid y Barcelona ya somos demasiados.
  • Me gusta pagar impuestos porque, si miro alrededor, los países donde menos cabezas vuelan es aquellos en donde se fomenta una educación pública de calidad.
  • Me gusta pagar impuestos porque resulta agradable pensar que si te da un yuyu en plena calle, la ambulancia no va a llamar a tu banco primero a ver si hay parné.
  • Me gusta pagar impuestos porque mis amigas Ana y Nella (entre otros) hacen un trabajo excelente como trabajadoras del Estado, compensando a tantos por encima de ellas que no lo hacen. Y me agrada saber que soy parte de su sueldo.
  • Y por último, me gusta pagar impuestos porque sé que, de no hacerlo, el que ahora abusa de ellos encontraría la forma de joderme igual –o peor-.

Y les juro que ni tengo las paredes forradas con fotos del subcomandante Marcos ni llevo en la muñeca un banderín rojo, gualda y azulón.

domingo, 19 de febrero de 2017

Tanaaaaaa

Cuando Cómplices cantaba "Es por ti", yo tenía nueve años. Mi hermana tenía dos y apenas hablaba, la jodía tardó muchísimo en hablar, indicando así ya entonces una predisposición en su fuero interno a llevar la contraria. Sin embargo, cuando aparecía Cómplices en la radio, nos arremolinábamos las dos en torno al radiocasete, los ojos ansiosos mirando alternativamente al dial y a las pupilas de la otra, todo bajo control, se acerca el momento, madrugada, balanceo nervioso de las bocas y los cuerpos, para colarse, ya está aquí yastaquí yastaquíiiiii, por tu ven sonrisa enorme de satisfacción anticipada TANAAAAAAAA!!!!!!!, y mi hermana  y yo soltábamos el tanaaaaaa al unísono y a grito pelao, sensación del trabajo bien hecho, una de las pocas cosas en las que nos sincronizaríamos a futuro. Ese par de sílabas eran las únicas que la jodía era capaz de repetir de toda la canción, de las pocas que en general pronunciaba a sus dos años de edad, y las dos nos lo pasábamos pipa y disfrutábamos como las enanas que éramos con ese tana bien plantao, justo a tiempo, lo hemos vuelto a lograr, satisfacción de hermana mayor que le ha enseñado algo a la pequeña, satisfacción de hermana pequeña de la que vuelve a estar orgullosa la hermana mayor, si tuveramos más años nos fumaríamos un cigarrillo postcoital.

Han ido pasando las décadas y todavía nos reímos cuando nos acordamos del tana, y todavía de vez en cuando coreamos un tana al unísono, pupilas que se entienden y se encienden una milésima de segundo. Han ido pasando las décadas y mi hermana habla más, a veces demasiado, y yo hablo menos, a veces demasiado poco, y a veces justo lo contrario. Ella mantiene ciertos complejos de hermana pequeña, y yo ciertos complejos de hermana mayor, que ambas nos negamos a admitir. Ese tiempo ha confirmado lo que ya se perfilaba entonces: que no podemos ser más diferentes, que estamos abocadas al fracaso comunicativo si pasamos demasiados días bajo el mismo techo. Sin embargo, también ha confirmado que no hay ampolla que el tana no cure cual compeed de la memoria. Es mi hermana pequeña, la quiero de esa forma ta irracional que hace que no pueda sino hablar maravillas de ella frente a otros y temerla y enfrentarme a ella sin embargo cuando la tengo cerca y me cerca; de esa forma tan animal que hace que la pegue collejas en casa pero ay de tí como se te ocurra pegarle una en el cole, eres hombre muerto aunque pierda las gafas.

Esta mañana estaba ordenando la casa y mi versión moderna del radiocasete de repente ha expelido a Cómplices. Y he pensado en ella, y he sonreído, y la pupila se me ha encendido un segundo, y he cogido el whatsapp y le he enviado a mi hermana el correspondiente tana voz mediante, Teo y yo a grito pelao. Y espero que ella lo escuche y se le encienda la pupila un momento y comprenda que han ido pasando los años y que yo la quiero y la temo y la respeto y velo por ella y le daría a veces dos hostias y otras muchas la arrullaría si se dejara y en esta eterna contradicción e impotencia siempre, siempre, siempre estaré allí para ella, como entonces.    



"Es curioso cómo puede el niño sobrevivir en el adulto" (Romain Gary, La promesa del alba)