Efemérides

1 de febrero: Nace Norman Rockwell (1926)

domingo, 23 de agosto de 2009

Mi amigo Ban

Me ha escrito Ban Ki-moon. Ya sabía yo que mis estudios y tanto reflexionar sobre conflictos pasados y presentes iba a tener su recompensa.


"Contact Fast Track Courier MContact Fast Track Cour..."
Seguro que es un mensaje en clave.

No se me ocurre qué puede Ban Ki-moon necesitar de mí. ¿Que vaya a recontar papeletas a Afganistán? No, no puede ser semejante asunto, la televisión española ya nos dio a entender el otro día que la cosa tampoco era tan importante, al eliminar los informativos de la noche en pos de un partido de fútbol que jugaba no sé quién en no sé dónde. Confieso que tal decisión televisiva me despistó un poco. "¿Y pa eso llevan tres semanas dando la vara con las elecciones de Afganistán, pa que ahora nos quedemos sin tratar el día D hora H?", recuerdo que pensé. Es como tragarte 3 horas de Éxodo para que al final se fastidie el Supercinexin del pueblo y te quedes sin saber si Paul Newman a la israelí hace el amor o la guerra.

Qué podría querer Ban Ki-moon de mí. Hm. Que localice a los jugadores de baloncesto cubanos fugados en Canarias, incluido a su Gasol de allí, a fin de evitar un conflicto diplomático entre lo que quede de Fidel, lo que dejen a Raúl, y el propietario de Sol Meliá. Hm, no, tampoco debe de ser esto. Este asunto también fue eliminado en pos del ya mentado partido, así que no debe de importarnos mucho aquí en Iberia si los señores de mi cuba corasón han cambiado la isla por un archipiélago.

Que podría querer Ban Ki-moon de mí. Es un misterio sin precedentes en el rato que llevo viva. No se me ocurren más conjeturas. Voy a abrir el mensaje.

(leer)...

(leer)...

(leído). Ban Ki-moon lo que quiere es que compre Viagra. Debe de tratarse de cambiar los kalashnikovs por desahogos más saludables. Hm. Ya. Comprendo. Pues lo siento, Ban, pero todo tiene un límite, y como hace poco oí decir: "la patria es la empresa". Y yo me niego a comprarle a la competencia.

Y a los chinos.

martes, 4 de agosto de 2009

Asaltos (III)

A veces, me gustaría comentarte cosas.

A veces, te veo por la calle
en un disco de La Fnac
en una pareja que cruza
en una butaca de la fila 5
en un trozo de papel
y te me quedo mirando,
y me gustaría comentarte cosas
y me quedo a un palmo del teclado

y me gustaría comentarte cosas:

las preguntas de lo cotidiano que me acechan
las dudas de lo social que acontecen
el reverso de las hojas de los árboles.

Me gustaría comentarte cosas

y al filo de la cuerda vocal
se quedan agazapados en tropel los comentarios,
nada de carguen apunten fuego

se quedan agazapadas las perlas de mi boca
al ritmo que acostumbran
en la paciencia que demandan
porque puede que el terreno de batalla
les resulte de lo más inhóspito
y ellas, tan pacíficas
lo que desean es un transitable acogimiento.

Y así acuno como puedo
las cosas que quisiera comentarte.


(Felicitando al señor de las leyes, 3 días después de su cumpleaños, 3 años después de estas líneas, en una mañana como hoy en que, al abrir un cajón, el papel donde descansan, contrapronóstico, se ha asomado desde el fondo, esquivando veintidós folletos de telepizza :))

lunes, 3 de agosto de 2009

Doblete

El viernes pasado salí del trabajo con un ímpetu enérgico como hacía mucho que no me gastaba. Una vitalidad abrumadora, un ansia de comerme el mundo por una pata, un ánimo embriagador que me empujaba a llevar a cabo las más temerarias aventuras con la absoluta conciencia de ser capaz de concluirlas con éxito: yo soy un ganador nato. Salí del ascensor, crucé la puerta, me dio en sol en la cara. Saqué el teléfono del bolso. Llamé al que me acompaña.
-Hola, agárrate a la silla béibi por el plan que tengo que proponerte para esta tarde.
-Dime.
-Vamos al cine.
-Vale.

Y así fue como nuestros dos protagonistas se dieron cita en una bocacalle del centro de Madrid y se fueron andandito andandito a los multicines Golem, que desde que se hicieron cadena, ingresaron en el mundo empresarial de actualidá y dejaron de llamarse Alphaville, ese es el título nobiliario que ostentan.

Los multicines Golem no tienen pipas ni palomitas ni chicles ni cocacolas. Es lo que hace que no huela mal en ellos y, sobre todo, tiene la función principal de espantar a quinceañeras de Móstoles, ñetas de manada, abuelas de Serrano y hordas de estadounidenses de intercambio, éstos últimos, protagonistas de la peor experiencia cinematográfica acaecida en mi vida por acción y efecto de compartir sala de cine (nunca máis, nunca máis). En los cines Golem, a lo sumo, hay que padecer a algún gafapasta de vanguardia o a algún despistado del año 77 que no se ha desecho aún de su americana con coderas, siempre acompañado de su periódico bajo el brazo (El País); pero estos suelen ir solateras, así que no dan mucho la paliza durante la función. En fin: todo lo expresado anteriormente, junto al hecho notable y primordial de que se encuentren al lado de casa, convierte a los multicines Golem en uno de mis favoritos. Además, en ellos hablan en raro, y eso es muy divertido.
Así pues, yo soy mujer de costumbres y es difícil sacarme de mi sota-caballo-rey. Sólo un día recuerdo haberme desviado de la senda correcta, en que acudí a los cines Palacio de la Prensa una tarde. Todo lleno de señoras muy permanentadas en sus sesenta y algo. La película era Camino. Imagínense la penitencia.

Nos acercamos a la taquilla (“ahora creo que es sonoro”, le comenté al que me acompaña, tanto tiempo hacía que no asistíamos a una proyección). Dos para Brüno por favor. Acoquinamos el precio (ozú) y nos introdujimos en la sala 3.
La película, muy bien. Es de una polla que canta (ruego me disculpen mis lectores más reaccionarios y/o susceptibles). Me reí en ocasiones a carcajada limpia (lo cual no es en absoluto habitual en mi caso). Huelga decir que no se les ocurra ir a verla si son ustedes de los que aborrecieron Borat (si Borat sin embargo les gustó, no duden en armarse de un diazepan que les agrogue un poco frente a brutalidades múltiples y acudir a algún pase de Brüno, lo disfrutarán).

El caso es que, ante el subidón de adrenalina y la ruptura de la monotonía que supuso en esta mi pareja de dos lo de ir al cine, decidimos tirar la casa por la ventana y volver el domingo. Como un señor. Yo creo que el tipo de la taquilla nos guiñó un ojo y todo. No sé a quién de los dos.
En esta ocasión, vimos Up. Aquí no tengo reparo ninguno en decirles: ya están perdiendo el tiempo para ir a verla. Todos. Reaccionarios o no





(he intentado añadir trailer de Brüno, pero Youtube no me lo permite)