Efemérides

1 de febrero: Nace Norman Rockwell (1926)

domingo, 29 de noviembre de 2009

Cómo regalar 16 euros a la jet set teatral

Amigos,

Ayer me fui con el que me acompaña y el novio que le lleva a los teatros a presenciar un espectáculo que goza de cierto nombre y que, según anuncia, lleva 15 años subsisitendo con el resto de la cartelera madrileña: La katarsis del tomatazo. ¿Qué sabemos de La katarsis del tomatazo? Pues sabemos que se trata de un chou donde los alumnos de una de las más afamadas escuelas teatrales de la capital realizan una serie de sketches teatrales y que, si te gusta, les aplaudes, y si no consideras que lo hagan bien, les tiras un tomate que previamente te han facilitado. Pues bueno. Puede pintar simpático. Ea p'allá, vamos a verlo.

La entrada, vía Atrápalo, cuesta 16 euros. Entiendo que in situ será más cara. Incluye un refresco o una caña, eso sí.

En fin. Después de esperar cosa de una hora mientras una serie de personajes disfrazados de esperpéntico se pasea por allí, se permite por fin el acceso a la sala. Y allí que nos depositamos sobre nuestros asientos.

Qué quieren que les cuente. El espectáculo me sorprendió. Me sorprendió principalmente por lo inesperadamente malo que es. Pero malo, malo, malo con ganas. Malo que de haberlo sabido me habría ido a la representación de La casa de Bernarda Alba de cualquier grupo de jubilados de Móstoles. Malo de que, si se esfuerzan, no es peor.
Un texto de caca-culo-pedo-pis ya muy visto, predecible, chabacano y que convierte a Los Morancos en paradigma del humor intelectual. Unos chavales aspirantes a actores (y lo digo con toda la base: en la escuelateatro hay un cartel que dice "Abierto el plazo de inscripción para adolescentes y adultos") que, a excepción de un par de ellos (de ellas, más concretamente), no dejan mucha diferencia con la obra de teatro que hacíamos en el cole motu proprio en fin de curso.
Pero no se preocupen: donde hay vida hay esperanza. Y pensando en ese espectador que puede quizá no quedar satisfecho con esos sesudos diálogos, esa puesta en escena, ese buen hacer de sus actores, ese espectador que, erróneamente, puede llegar a concebir la idea de que acaba de tirar 16 euros a la basura, se han guardado un golpe de efecto en la manga: en una espiral nostálgica que el público no espera, la obra de teatro nos devuelve al núcleo duro de una de las más brillantes etapas del cine español: el destape. Sí, amigos: el espectáculo incluye culos y tetas para ser degustados por el espectador exigente -lo que a su vez, y como es sabido, consagra a una actriz, la convierte en actriz auténtica, le aporta la madurez actoral que la hace merecedora del papel protagonista en la próxima película de Costa-Gavras. "Tú a donde vas, piltrafilla, ¿acaso has enseñado las tetas? Pues te quedas de recogetomates"*.

Entiendo que me estoy enrollando. Entiendo que ustedes, oh público lector, a lo que irían a la obra es a tirar tomates, y punto. Pues tampoco se emocionen: los tomates se tiran en un pequeño porcentaje de tiempo de lo que dura esa indigestión. Lo demás son coreografías de barrio, los culos y tetas ya mentados y, eso sí, una retahíla de reivindicaciones cheguevara trasnochadas y deslucidas. Un regreso a la pubertad, en suma. Por la que apoquinas 16 euros.
Y encima los tomates no estallan.

En fin. Que yo, y otros como yo con los que hablo al salir de la función, le hemos regalado 14 euros a Cristina Rota (descuento 2 del Nestea). Eso, sumado a lo que los chavales inviertan en concepto de matrícula año tras año (cuya cuantía desconozco, ya que no aparece en la página web de la escuela), espero que dé para vivir y para seguir montando espectáculos. Y para que Juan Diego Botto se costee algún cursito en alguna otra parte -que, y ahora entiendo por qué, siempre me pareció muy mal ¿actor?-.
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*diálogo ficticio que sibilinamente imagino en una posible discusión entre dos integrantes del grupo a la finalización del evento.

Nota al pie: tengo entendido que no en todas las representaciones toman parte los mismos integrantes. De corazón espero que, si se les ocurre pasar por allí, no sean los mismos que yo tuve ocasión de degustar.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Cosas que hacen que la vida valga la pena II

Esta tarde ha aparecido por la espalda y sin avisar una canción que no esperaba, y que me ha puesto ante los ojos una polaroid de hace casi cuatro años, de una mañana en que yo, viviendo en Holanda, concretamente en La Haya, recibí una llamada de mi amiga Amber instandome a ir por la tarde a Amsterdam a ver el desfile del orgullo gay. Pues bueno, bien. Tarde de sol en agosto, es un buen modo de pasar el rato -unos ratos que, por lo demás, pueden hacerse eternos en ese país-.

Son las 3 de la tarde cuando salgo con Amber de la estación, a donde me ha ido a recoger. La primera sorpresa es que el desfile aquí, lógicamente, es por los canales. Así que los transeúntes, en lugar de mirar a las carrozas parriba, miran a los barquitos pabajo. Uno se sitúa con sumo cuidado al borde de alguno y, armado de paciencia, ve pasar las horas. Y las curiosidades.

Una novedad de pro es que allí, conscientes de que este colectivo de antiguamente apestados lo que están es podridos pero de dinero en amplia medida, muchas de las barcazas están patrocinadas por empresas, o son directamente de empresas (y "desfilan" los empleados). Por ejemplo, ING. O Rabobank, que le viene al pelo y que, para los no iniciados, es uno de los principales bancos de Holanda (y no de semen, pese al nombre). Y es que en Holanda la pela es la pela y a ti te encontré en la calle, os lo garantizo.

En fin. Las barcas van pasando y yo me empiezo a amodorrar un poco. Que si unos vestidos de marineros, que si otros con plumas rosas... pues en fin, lo natural. Costumbres.

Amber continúa frenética saltando y saludando a todo procesionista y yo me pregunto cómo es posible que no esté aburrida ya de tanto orgullo suelto cuando de repente llega a mis oídos, desde muy lejos, una melodía que creo identificar. "No puede ser", me digo. "Es un efecto oasis, como en el desierto, porque llevas ya rato fuera del terruño y esto es todo muy monótono, y te estás montando una ilusión acústica, Tremolina, que tú de esto sabes mucho". Pero cuál sería mi sorpresa cuando observo que, en el giro del canal unos 40 segundos después, aparece efectivamente lo que viene siendo una barcaza con 40 tíos vestidos de tenista cantando el Eres tú de Mocedades. Con Amaya de fondo en dolby surround y ellos consiguiendo imponerse por encima de su voz, "eeee-ruesssss-chúuuuuu!!!!!..." Pero más aún inverosímil resulta girarte, ojiplática, hacia tu amiga, para comprobar que ella también se ha arrancado por aguas de la fuente y a todo lo que dé.
Sin otra opción posible, rompo a partirme de risa, a fin de sobrevivir mínimamente antes de ser abducida en esta rotura del espacio-tiempo.

Una vez ha pasado la barcaza y se ha perdido en el siguiente giro, Amber me explica que "Eres tú" fue votada como la mejor canción de la historia de Eurovisión según los holandeses, en una especie de concurso-referendum que había habido hacía unos meses.

Y esta es otra de las cosas que hacen que la vida valga la pena.





(Para los curiosos y los olvidadizos, quedaron en el 2º puesto)

domingo, 8 de noviembre de 2009

domingo, 1 de noviembre de 2009

El Trío Sacapuntas

Ayer se juntaron en Berlín los tres jinetes del apocalipsis. George Bush padre, Helmut Kohl y el espítiru santo Gorbachov, a cuál más gagá. El que mejor se conserva es Gorbachov: será por el fresquito de haberlo mandado a Siberia. Ahí estaban los tres: Kohl en su silla de ruedas quejándose de que ya estaba bien de fotos, Bush con su bastón, y Gorby soltando pullitas: "sí, sí, es que todas las potencias y sus dirigentes tienen que preguntarse cómo hacen las cosas o están condenadas a perecer...", así como diciendo por lo bajinis a Bush: "oye echa un ojo al niño que desde que te conducía borracho en la universidad es que no ha parao de armarla, el jodío". Y el otro respondiendo con la mirada: "Pues anda que tu Putin..."

Los tres juntos. Para conmemorar la caída del Muro. Hace 20 años.

Hace 20 años, cuando un tipo con gafas trepó a lo alto del hormigón, y otro la emprendía a golpes con un martillo, a Europa le entró un subidón adrenalínico que le impidió pararse a pensar "y ahora cómo lo hacemos". A mi ex-semisuegro le caían unas lágrimas frente al televisor de su Essen occidental que no se le conocían, y mi amigo Sebastian pasó a ser de un país que iba a tardar muy poco en dejar de existir. Honecker metía en bolsas de basura todo lo que le daba tiempo a meter como si de un alcalde de Marbella se tratare. Y Gorbachov debía de pensar: "joder, igual no me expliqué bien con lo de la perestroika".
Todos debimos de pensar que con quitar la alambrada, ya estaba todo solucionado. Y no.

Apenas unos meses después de que los berlineses del Este y del Oeste se abrazaran a medio camino, Kohl ganó unas elecciones en las que tres opciones políticas que venían a significar tres yahoraqués diferentes estaban sobre la mesa. La que ganó, la de Kohl, era la más radical: occidentalizar cuanto antes, sobre todo económicamente, a la Alemania del Este, es decir: una anexión, más que una reunificación, si me permiten decirlo así. Fue tal la velocidad del hecho que para el 12 de septiembre de 1990, cuando no hacía ni un año que dos países que no se habían visto las caras en 40 años de repente se encontraran de frente, se firma en Moscú el tratado que finiquita la "Cuestión Alemana". Y la RDA deja de existir.

Para el común de los mortales, parece que la Guerra Fría dejó de existir también entonces. No se dan cuenta de que un altísimo porcentaje de los conflictos de hoy en día, si no todos, son meros rabotazos de aquella. No era tema común en las noticias del año 94 la responsabilidad moral de la Unión Europea en el asedio de Sarajevo, y parece que las crisis de Oriente Medio salgan de la nada. África, también, dejada a su suerte, cual metonimia del Sáhara occidental; Afaganistán, esa fístula.

Me pregunto qué pensarán los tres ahí en la tribuna bajo la luz de los flashes. Sobre todo, me pregunto qué pensará Gorbachov. De entre los tres, siempre me resultó el más inescrutable. Por ser el menos predecible. Habrá quien diga que es un Suárez. Pero me temo que las motivaciones son opuestas.