Efemérides

1 de febrero: Nace Norman Rockwell (1926)

viernes, 31 de diciembre de 2010

Alta fidelidad

Amigos, hoy cumplo 3 años cibernéticos. A falta de tanatorios en los que celebrarlo, como en anteriores ocasiones, esta mañana al levantarme me he percatado de que la mejor forma de honrar mi aniversario era concediendome por fin, anticipándome a sus majestades los Reyes Magos de Oriente, el deseo que mi corazón alberga desde que se estropeó el aparato de música: adquirir otro. O, al menos, tantear los precios de actuales aparatos de semejantes características, para ver si efectivamente ha de salir mejor apoquinar uno nuevo que llevar el mío a arreglar.

Pero en el momento en que apoyaba el pie izquierdo para incorporarme del lecho, la ilusión ha retrocedido despavorida dejando espacio a la duda: en esta vorágine de modernidad y alevosía en la que nos hayamos inmersos, ¿existiran entavía, oh diosa fortuna, cadenas musicales de similares características a la mía?
"Claro que existirán" -me he hecho saber yo sola-, "una cadena de música es una cadena de música y toa la vida las ha habido". Pese a la pronta respuesta, la posición de sospecha de mi rabillo del ojo no ha desaparecido, dato éste que no ha hecho sino presagiar los malos augurios a los que el destino me habría de someter.

Haciendo caso omiso del nostradámico momento, he desayunado, me he vestido, he rellenado la cartera con fajos de billetes de quinientos en forma de tarjeta visa, y he salido a la calle con mi chistera y mi bastón girando armoniosamente cual majorette de Nueva Orleans. Es un decir.
He dirigido mis pasos hacia El Corte Inglés, que es ese sitio al que la gente acude para informarse del status quo tecnológico de la sociedad en la que vive, olisquea los productos, elige lo que quiere comprar, y acto seguido paga por ello un 38% menos en Electrodomésticos Hermanos Pérez.

Me dirijo al dependiente de la sección "Audio", un joven de unos dos años más que yo que me trata de usted.
-Buenos días
-Buenos días
-Querría yo una cadena musical con cargador para 5 cedés, doble pletina, despertador/sistema de programación, radio fm y conexión para tocadiscos. No se preocupe: el tocadiscos no hace falta porque ya lo tengo yo y funciona bien, que sé que hoy por hoy parece ser complicado encontrarlos.
-...
-...
-¿Lo quiere con base para el áipod?
-con bas.. no, con la doble petina es suficiente
-ya veo...
-sí
-hombre, pues es que hoy por hoy lo que es complicado es ya el cargador para cinco cd's... la mayoría de lo que tenemos aquí suele venir con cargador para uno...
-(¡?!) Pero... ¿uno?
-Sí, uno. El cargador para más es muy antiguo
-(¡¡...!!) Oiga, pues le ruego me disculpe pero un cargador para cinco cedés es extremadamente útil, porque así uno puede progamar la canción de qué disco quiere escuchar una tras otra y me resulta inverosimil que en la actualidad se haya prescindido de esta característica
-No, bueno, a ver, se puede programar el áipod... Mire, tenemos por ejemplo este de aquí... [me enseña una especie de pelota de rugby achatada por los polos con un pequeño rectángulo excavado enmedio, y dos pequeñas cajitas que parecen ser los altavoces] Este tiene ggrrriiisndfo, y gruuuprffddste, con calidad dolbbbfraund y además lee deuvedé y blurrey.
-Ya. ¿Y no tiene doble pletina?
-no
-Ah. ¿Y esto son los altavoces?
-sí, bueno, no... esto son los altavoces pero porque el cajón de graves va abajo escondido.
Sospecho. El único cajón de graves que conozco lleva un gitano sentado encima y una inscripción que reza "naranjas de Valencia". Me señala, en el estante inferior, una caja negra de unos 30 centímetros de alto por 20 de ancho.
-...así que se puede tener en cualquier parte y que lo único que haya a la vista sean estos dos pequeños altavoces que...

No. No. Me niego. No me da la gana. Antes muerta que esta mierda. Mi cadena es una cadena hifi, como dios manda, una cadena con su ecualizador y su casete que se da la vuelta solo y que tiene para grabar y su pantalla que se ilumina y te dice qué cedé está sonando, mi cadena es una tecnología alemana que no es cuestión baladí. Esto ya era lo que me faltaba por oir de este mundo contemporáneo de los cojones. Por aquí sí que no paso.

Le agradezco al dependiente su tiempo, salgo con la chistera debajo del brazo apoyandome fuertemente en el bastón, y me retiro a mi segura guarida decimonónica. Vaya putamierda. Casi era mejor cuando me iba de tanatorios.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Análisis y estadísticas

Amigos,

Se acaba 2010 y, como en todos los medios informativos que se precien, toca analizar el año y sacar estadísticas. Les emplazo pues a que participen, oh lectores míos, en la encuesta que podrán apreciar a la izquierda de sus pantallas.

Agradeciendoles de antemano la atención prestada,
El equipo de redacción.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Dos amigos que se quieren...

Direis que estoy que lo tiro. Y no dejareis de tener razón. Es lo que tenemos los bipolares. Que, o ciertamente no escribimos nunca, o el bombardeo parece patrocinado por la OTAN. Pero comprenderán, en cuanto observen el documento del que por la presente les hago partícipes, que era necesaria esta aportación. Y me la agradecerán.

Hace un par de días, abrimos el buzón y encontramos dos calendarios. Uno grande doblado por la mitad, y otro de bolsillo. No se lleven a error: no encontramos dos sobres (o uno) con dos calendarios dentro, no: encontramos dos calendarios así tal cual, doblaos y metidos a presión en el buzón.

No venían acompañados de nota ni carta alguna, pero parece inequívoco que nuestro remitente secreto es en verdad un amigo que nos quiere: la empresa que nos puso la cocina.

Necesito compartirlo con ustedes.








miércoles, 22 de diciembre de 2010

Imagina

Me aburro.
En el momento en que la voz interior ha pronunciado la frase a grito pelado, yo ya sabía lo que iba a pasar. El Tedio, al que hacía tanto que no veía, ha aparecido por el pasillo de la oficina, esta vez a todo correr, nada de decoros ni aires ausentes. Ha aparecido al galope como nunca se vio correr a este lado del Rif, el hatillo en volandas, las botitas rojas echando humo, orejas y pelos de las cejas hacia atrás por efecto de la velocidad. Ha hecho un triple salto mortal con tirabuzón cuando le faltaban dos metros para llegar a mi mesa, ha aterrizado sobre ella con un inmejorable demi plié, y se ha liado a darme capones, instintiva e insistentemente, así como diciendo “lo ves lo ves lo ves te dije que volvería”. Acto seguido se ha sentado, vista y piernecillas hacia el ordenador, y ha esperado pacientemente a que yo abriera el word > nuevo documento y comenzara a escribir estas líneas.

Siempre que me aburro en el trabajo me entran unas desaforadas y asfixiantes ganas de viajar. Pero de viajar bien, no de irme a Trujillo un fin de semana a comprar compulsivamente tortas del casar. En tropel me caen sobre la frente todos los recorridos acumulados en la sección “por hacer”, como si la Sra. Claypool hubiera abierto la puerta del camarote de la coronilla.
La cordillera andina p’arriba. Empezando por la Patagonia chilena y terminando en Perú. ¿A ver? Voy a mirar vuelos a Punta Arenas, por curiosidad. 4.128,63 euros un Madrid – Punta Arenas. Joder. Tengo que hablar con Paola, seguro que hay otras opciones. Y Paola se tiene que saber tó esto de maravilla, como si a mí me preguntara un holandés cómo llegar de Matalascañas a Langreo. Y con Barbara, también tengo que hablar con Barbara, a ver qué le parece lo del Transiberiano. ¿En invierno o en verano? En invierno cuenta con el encanto de la tundra. En verano cuenta con el encanto de regresar vivo. No sé qué elegir. ¡Y Estados Unidos, que no se nos olvide! Tengo que ir a Tucson Arizona y luego a Nueva York. Estaría bien tirarse 3 meses pululando por ahí, de costa a costa, y vuelvo porque me echan. Pero como de tener trabajo no tendré tiempo, y de no tener trabajo no tendré dinero, habrá que conformarse con el Biosphere 2, alfa y omega de mi Disney cienciaficticio particular, y después a Nuevayol a imaginarme viviendo en las calles de las películas de Woody Allen. Si encuentro una ganzúa, puede que en los pisos también. Y espera, que esta imagen que ha caído al mover la calle de Si la cosa funciona es ¡el Royal Scotland! ¡Es verdad! ¡Los viajes en trenes míticos! El Blue Train de Sudáfrica, el Canadian Express (inevitable pensar en el Barco de Vapor de mi infancia), el Glacier Express… Lo que nos lleva al velerito por las islas griegas, que acaba de aparecer justo debajo del Indian Pacific. ¡Ay, cuánto que hacer!

En fin. He conseguido consumir 20 minutos más imaginando. Quedan menos minutos para salir de la oficina. Para aquel al que mi exposición esté despertando cierta condescendencia, piedad y hasta compasión hacia mi persona en estos momentos, sepa que no hay nada más lejos de la realidad. El que me acompaña puede certificar que yo invierto tiempo cada cierto ídem a lo que yo denomino “imaginar”, y en momentos propicios para ello me es tan necesario como el gimnasio o siete masajes de espalda a otros, a fin de eliminar tensiones y evitar la quema de razones sociales e individuos. “¿Imaginamos?”, “me voy a la habitación a imaginar” o “¿y si imaginamos el martes del puente?” son frases habituales a las que El que me acompaña ya se ha acostumbrado y a cuya sugerencia puede en mayor o menor medida adherirse (siendo por lo general la medida menor la imperante, él es un tipo de corte racional y lógica numérica). Pero a mí, ese mero imaginar me alimenta como pocos sueros fisiológicos saben hacerlo, me da el optimismo, el humor y el ánimo para transitar por el mundo que me toca y, sobre todo, consigue que me mantenga en un trabajo remunerado como una persona normal. Lo cual no es cuestión baladí: han sido muchos años hasta alcanzar tal logro.

martes, 21 de diciembre de 2010

De cómo Papá Noel y Baltasar podrían haber acabado en una olla

Me reclaman mis innumerables fans de aquí y de ultramar. Es natural. Hace mucho que no me prodigo, y ustedes, becerrillos sin cencerro, van por la vida perdidos y sin pastor al que asirse (iba a decir "sin teta a la que asirse", pero iba a quedar raro, habida cuenta de que una tampoco ha estado nunca especialmente sobrada).

Qué quieren que les diga. Lo primero, que los tiempos han cambiado (¡vaya si han cambiado!) y en lo laboral estoy expiando todos mis pecados, todos, de los últimos meses. Ya tengo jefe deverdá y es un jefe deverdá. Y me hace currar. O, mejor dicho, genera mucho curro. Lo cual a mí me satisface, anoto al pie. Malformaciones cognitivas de una, qué les voy a decir.
Lo segundo es que a mí las navidades me despistan mucho. Me incomodan. Me enervan, en ocasiones. Qué ajco. Miro en derredor y no aprecio más que maldad. Despojos impíos de educación en el ruin comportamiento. Qué necesidad hay, es que qué necesidad hay, de atronar los oídos de los clientes en las grandes superficies comerciales con esos cantos místicofestivos a los que nos referimos como "villancicos". Y no me refiero ya a las voces habituales de prepúberes a punto de cambiar el timbre que suelen protagonizarlos, no, me refiero a la crueldad sin precedentes de atronarlos con el último disco de villancicos de Raphael, que es como escuchar a un moribundo ahogarse poco a poco a golpe de tambor mientras esperas en la cola para pagar.

Pero me encuentro aquí aporreando las teclas con desmesura y mientras, mi conciencia, anda llamando a la puerta del occipital. Llevo un rato tratando de obviarla, pero cada vez pone más nudillos en el empeño. Concretamente está tratando de llamar mi atención desde que he escrito "prepúberes". Me invita a verme en la obligación de confesarles algo. Una mancha en la patena de mi expediente intelectual. Una cuestión que, cual trauma infantil de origen familiar, me golpea cada vez que la televisión retransmite Solo en casa.
Amigos tremolineros… tenéis que saber... que yo también he pedido el aguinaldo por Navidad.

Fue una sola vez, lo prometo. Con mi amiga Ana Belén. Se nos ocurrió que sería una forma de ganar dinero fácil para las vacaciones. Yo tenía 12 años, y ella, 13. Superábamos con mucho la edad y la estatura de los pedigüeños habituales. Pero nada que no pudiera disimular un buen disfraz. Y así salimos a la calle, ella de Papá Noel, y yo de Baltasar. Aunando esfuerzos y culturas. Éramos unas visionarias de la UE que estaba por llegar.
Ya en el vecindario sabían de nuestra inclinación por llamar a las puertas de los hogares (como atestigua la enorme cicatriz que porto en la muñeca derecha), sólo* que en esta ocasión introdujimos la novedad de no salir corriendo después. Que nadie piense empero que éramos las típicas descaradas extrovertidas y sin pudor que hoy denominamos chonis. Ni por asomo: Ana Belén y yo éramos más bien de carácter tímido e introvertido, de las que pasean de a par por el extrarradio de su ciudad dormitorio, y no de las que marcan el territorio en la cancha de baloncesto.

Costó un triunfo llamar a la primera casa. Pero lo hicimos. Ding dong. Hacia Belén va una burra rin rin. Ay, qué majas. Tomad, tomad, hala. 50 pesetas. Bueno, no está mal. Esto va a ser fácil, Ana. Hala, a la segunda casa. Ding dong. Hacia Belén va una burra rin rin. Slam. Yo me remendaba yo me… Bueno, no hay que darse por vencidos. Calvo de mierda. Vamos a probar en otra.
Y así fuimos, casa por casa. 50 pesetas aquí, 25 allá. Hasta que tras una de las puertas ocurrió lo imprevisible. Abrió una abuelita. Que nos hizo cantar el villancico entero. Beben, y beben, y vuelven a beber. ¡Mira, Angelines, mira, piden el aguinaldo! Sale otra abuelita. El frío que hace, joder. Los peces en el río por ver a dios nacer. La Virgen se está lava-a-a-ando. ¡Ay, qué majas! ¡Antonia, ven corre, mira! Sale otra abuelita. Entre cortina y corti-i-i-ina. Me estoy helando, Ana. Los cabellos son de o-o-oro. ¡Ay, qué ricas, de Navidad! ¡Pasad, pasad! El peine de plata fi-i-i(¿qué?). Nos hacen pasar. Nos miramos. Este es el punto en que nos preguntamos si no hubiera sido mejor, a nuestra corta edad, no haber visto películas como Arsénico por compasión. Nos meten al salón. Nos sitúan junto a la ventana. Toman asiento, modo teatro, frente a nosotras. Esperan impacientes a que sigamos cantando.
El camiiino que lleva a Belén, baja hasta el valle que la nieve cubrió…
Esta noche es nochebuena y mañana navidá…
Cuando ya empezábamos en nuestro fuero interno a tener que admitir lo inevitable (uno, que nos quedábamos sin repertorio, dos, que no volveríamos a ver a nuestras familias), la referida como Angelines se puso en pie, nos aplaudió, dijo “¡muy bien muy bien!” con una sonrisa de oreja a oreja mientras probablemente recordaba el montañas nevadas de su niñez a coro, y nos dio trescientas pesetazas. Imaginará el lector nuestro júbilo cuando el ademán vino además seguido de la apertura de la puerta de la casa, umbral que no tardamos más de 4 segundos en cruzar a la vez que expresábamos nuestro agradecimiento.
Ya en la calle con el botín, decidimos que eran suficientes emociones fuertes para ese día. Nos repartimos las ganancias, volvimos a casa, nos deshicimos de los disfraces y procedimos a cenar con nuestras familias.

Como les he comentado al principio de mi relato, es este un capítulo de mi existencia que tiendo a ocultar. En reflexiones posteriores concluí que el beneficio no compensaba el esfuerzo ni el dilema moral de someter al mundo a mis escasas capacidades líricas. En los años subsiguientes me entregué pues a la recaudación económica para estas fechas por vías más acordes con mis inclinaciones intelectuales, aprovechando que en nuestra cultura, a diferencia de otras, es el 28 de diciembre el día de las inocentadas.



*pienso seguir escribiendo el “solo” adverbial equivalente a “solamente” con acento hasta que me muera. Te desafío, RAE.

domingo, 19 de diciembre de 2010

(Bando circunstancial)

Se recuerda a la tremolencia varia que, si desean hacerse con un detalle navideño de esta su página amiga, deberían proceder cuanto antes al envío de una dirección postal a la que hacerlo llegar.
Att,
La Tremolina